Con las manos atadas
- Señores, el duque de Enghien considera que habéis combatido con valor que excede las palabras. Por eso os ofrece una rendición honrosa. Podéis conservar vuestras banderas y salir en formación. ¿Qué decís?
- Decidle al señor duque de Enghien que agradecemos sus palabras, pero esto es un Tercio español.
Aún estoy buscando el hueco en la blogosfera, así que confío en que los lectores de este espacio sepan perdonarme el desvío y la osadía de esta entrada. Desvío, en primer lugar, porque siendo éste un blog alojado en un portal dedicado a la Semana Santa de Almería, voy a hacerme eco de una noticia relativa a una cuadrilla de Sevilla. Y osadía, en segundo lugar, porque aunque tengo datos de lo que ha pasado, ni los tengo todos ni mi conocimiento de los entresijos del asunto es profundo; así que presento disculpas de antemano por aventurarme en un campo que, ni mucho menos, es el mío.
Pero es sin duda una noticia llamativa y es obligado comentarla. Como ya sabréis por otros blogs, Manuel Vizcaya, capataz del paso de Misterio de la Hermandad de “Los Panaderos” ha dimitido el día de la igualá de este paso, el pasado viernes. Algunos de esos otros blogs que comento están en los enlaces de la izquierda de la pantalla y esos enlaces os llevarán a otros donde se amplía la información, se analiza y se debate sobre las razones y sin razones de su marcha. A ellos me remito, pues.
Aquí contaré cómo conocí yo ese paso y cómo me ha impactado la noticia. Que alguien me dijo hace poco que en un blog uno tiene que reflejar cosas propias: experiencias, ideas y demás. A ello me pongo.
En la Cuaresma del año 2006 pasé unos días en Sevilla, alojado en esa especie de refugio para almerienses que hay en Triana, a unos pasos del cruce de San Jacinto con Pagés del Corro y que tenía como titulares a los hermanísimos García Navarro. Una sola tarde-noche compartiendo un grifo de cerveza con un grupo de costaleros amigos del Kiski me valieron para aprender de costales tanto como lo que se aprende en varios años; pero lo realmente bueno vendría días después. En una de esas noches frenéticas, de buscar parihuelas por la calle, de ir marcando rutas de igualás y ensayos, de las que tanto me había hablado Agustín, Los Panaderos tenían reservado un hueco importante en la agenda. Yo apenas sabía nada de este paso y quizás fue ese desconocimiento el que me hizo estar con los ojos más abiertos, con esa ingenuidad que te hace empaparte bien de lo que estás viendo.
Lo primero que me llamó la atención es la decisión que tenía la cuadrilla al andar. Tantas veces había leído en los foros eso de laaaargo y reposao y tan pocas veces lo había visto en directo, que me impresionó cuando por fin pude apreciar a qué se referían. Y acto seguido, la segunda buena impresión de la noche fue la exigencia: apenas andados unos metros, en cuanto el paso estuvo en la calzada, el capataz bajó el paso y se fue para la trasera. Suyas fueron las siguientes palabras, que a mi entender resumen a la perfección la autoridad (que no despotismo) que un capataz debe tener. Dijo el Vizcaya: Esto es una democracia, aquí puede hablar todo el mundo. Pero ahora voy a hablar yo. Y se lanzó a explicar, con la misma claridad con la que había empezado su discurso, lo que les pedía a las tres últimas trabajaderas: salir con decisión, no tener miedo de echar el pie adelante, no dejarse llevar, que largo andan todos, no sólo los grandes. Si en la primera chicotá me pareció que andaban con decisión, no digo nada de cómo salieron andando después de la medio bronca del capataz. A una sola voz y sin música. ¡¡Venga de frente!! Y 45 costaleros que sacan el pie izquierdo y ya no se paran hasta que alguien se lo dice. Se notaba que era una cuadrilla trabajada. Nada de “oído”, nada de “a mi voz” o de repetir las órdenes desde dentro. Si lo que hay que hacer está claro –y allí estaba clarísimo- la voz que vale es la del capataz.
Aquella noche tuvo miles de detalles más, pero me quedo con eso, con un capataz que trabajaba y hacía trabajar a su cuadrilla y sobre todo, que hablaba claro. A cada rato, dejaba que el paso se lo llevara uno de los auxiliares y él se quedaba a distancia, mirando las posturas de sus costaleros. Y cuando el paso se bajaba, no le dolían prendas en meterse hasta la corriente de la quinta a corregir a alguien. Yo creo que es por eso por lo que se le respeta entre mucha gente que le ha visto currarse un estilo y una forma de trabajar y por supuesto, entre sus propios costaleros. Por ser un trabajador, un tipo con oficio. Y, ahora también lo sabemos, un tipo honrado.
En un país en el que nadie se va. Donde desde el ministro más incompetente hasta el alcalde más corrupto se aferran a la poltrona (por no hablar del seleccionador nacional). En una ciudad como Sevilla, donde los martillos tienen tantas novias. Con esos antecedentes, que alguien tome una decisión como esa, parece hoy día imposible. Y sin embargo, noticias así le reconcilian a uno con la especie humana, con este país de pesebristas y con este mundillo (el de los martillos y costales, digo) de correveidiles. Que más parecen algunos pendientes de la foto de turno que de poder sostener la mirada a ese que todos los días te mira mientras te afeitas, el del espejo.
Así las cosas, pocas salidas le dejaron: o tragar con las continuas injerencias de la Junta de Gobierno en su labor, o irse. O quedarse con las manos atadas, o salir por la Puerta Grande. Como capataz, supo exigir a su cuadrilla hasta situarla a un grandísimo nivel. Ahora ha sabido cumplir con sus costaleros de la misma manera que ellos cumplieron con él: encabezando la purga que han hecho en la cuadrilla. Como he dicho al principio, sin tener todos los datos, me uno sin reservas al aplauso que a Manuel Vizcaya le dedicó su cuadrilla el pasado viernes a modo de despedida. Grande.
- Decidle al señor duque de Enghien que agradecemos sus palabras, pero esto es un Tercio español.
(Diálogo final de la película “Alatriste”, de Agustín Díaz Yanes).
Aún estoy buscando el hueco en la blogosfera, así que confío en que los lectores de este espacio sepan perdonarme el desvío y la osadía de esta entrada. Desvío, en primer lugar, porque siendo éste un blog alojado en un portal dedicado a la Semana Santa de Almería, voy a hacerme eco de una noticia relativa a una cuadrilla de Sevilla. Y osadía, en segundo lugar, porque aunque tengo datos de lo que ha pasado, ni los tengo todos ni mi conocimiento de los entresijos del asunto es profundo; así que presento disculpas de antemano por aventurarme en un campo que, ni mucho menos, es el mío.
Pero es sin duda una noticia llamativa y es obligado comentarla. Como ya sabréis por otros blogs, Manuel Vizcaya, capataz del paso de Misterio de la Hermandad de “Los Panaderos” ha dimitido el día de la igualá de este paso, el pasado viernes. Algunos de esos otros blogs que comento están en los enlaces de la izquierda de la pantalla y esos enlaces os llevarán a otros donde se amplía la información, se analiza y se debate sobre las razones y sin razones de su marcha. A ellos me remito, pues.
Aquí contaré cómo conocí yo ese paso y cómo me ha impactado la noticia. Que alguien me dijo hace poco que en un blog uno tiene que reflejar cosas propias: experiencias, ideas y demás. A ello me pongo.
En la Cuaresma del año 2006 pasé unos días en Sevilla, alojado en esa especie de refugio para almerienses que hay en Triana, a unos pasos del cruce de San Jacinto con Pagés del Corro y que tenía como titulares a los hermanísimos García Navarro. Una sola tarde-noche compartiendo un grifo de cerveza con un grupo de costaleros amigos del Kiski me valieron para aprender de costales tanto como lo que se aprende en varios años; pero lo realmente bueno vendría días después. En una de esas noches frenéticas, de buscar parihuelas por la calle, de ir marcando rutas de igualás y ensayos, de las que tanto me había hablado Agustín, Los Panaderos tenían reservado un hueco importante en la agenda. Yo apenas sabía nada de este paso y quizás fue ese desconocimiento el que me hizo estar con los ojos más abiertos, con esa ingenuidad que te hace empaparte bien de lo que estás viendo.
Lo primero que me llamó la atención es la decisión que tenía la cuadrilla al andar. Tantas veces había leído en los foros eso de laaaargo y reposao y tan pocas veces lo había visto en directo, que me impresionó cuando por fin pude apreciar a qué se referían. Y acto seguido, la segunda buena impresión de la noche fue la exigencia: apenas andados unos metros, en cuanto el paso estuvo en la calzada, el capataz bajó el paso y se fue para la trasera. Suyas fueron las siguientes palabras, que a mi entender resumen a la perfección la autoridad (que no despotismo) que un capataz debe tener. Dijo el Vizcaya: Esto es una democracia, aquí puede hablar todo el mundo. Pero ahora voy a hablar yo. Y se lanzó a explicar, con la misma claridad con la que había empezado su discurso, lo que les pedía a las tres últimas trabajaderas: salir con decisión, no tener miedo de echar el pie adelante, no dejarse llevar, que largo andan todos, no sólo los grandes. Si en la primera chicotá me pareció que andaban con decisión, no digo nada de cómo salieron andando después de la medio bronca del capataz. A una sola voz y sin música. ¡¡Venga de frente!! Y 45 costaleros que sacan el pie izquierdo y ya no se paran hasta que alguien se lo dice. Se notaba que era una cuadrilla trabajada. Nada de “oído”, nada de “a mi voz” o de repetir las órdenes desde dentro. Si lo que hay que hacer está claro –y allí estaba clarísimo- la voz que vale es la del capataz.
Aquella noche tuvo miles de detalles más, pero me quedo con eso, con un capataz que trabajaba y hacía trabajar a su cuadrilla y sobre todo, que hablaba claro. A cada rato, dejaba que el paso se lo llevara uno de los auxiliares y él se quedaba a distancia, mirando las posturas de sus costaleros. Y cuando el paso se bajaba, no le dolían prendas en meterse hasta la corriente de la quinta a corregir a alguien. Yo creo que es por eso por lo que se le respeta entre mucha gente que le ha visto currarse un estilo y una forma de trabajar y por supuesto, entre sus propios costaleros. Por ser un trabajador, un tipo con oficio. Y, ahora también lo sabemos, un tipo honrado.
En un país en el que nadie se va. Donde desde el ministro más incompetente hasta el alcalde más corrupto se aferran a la poltrona (por no hablar del seleccionador nacional). En una ciudad como Sevilla, donde los martillos tienen tantas novias. Con esos antecedentes, que alguien tome una decisión como esa, parece hoy día imposible. Y sin embargo, noticias así le reconcilian a uno con la especie humana, con este país de pesebristas y con este mundillo (el de los martillos y costales, digo) de correveidiles. Que más parecen algunos pendientes de la foto de turno que de poder sostener la mirada a ese que todos los días te mira mientras te afeitas, el del espejo.
Así las cosas, pocas salidas le dejaron: o tragar con las continuas injerencias de la Junta de Gobierno en su labor, o irse. O quedarse con las manos atadas, o salir por la Puerta Grande. Como capataz, supo exigir a su cuadrilla hasta situarla a un grandísimo nivel. Ahora ha sabido cumplir con sus costaleros de la misma manera que ellos cumplieron con él: encabezando la purga que han hecho en la cuadrilla. Como he dicho al principio, sin tener todos los datos, me uno sin reservas al aplauso que a Manuel Vizcaya le dedicó su cuadrilla el pasado viernes a modo de despedida. Grande.
Esteban Giménez Sicilia
2 comentarios
Estoy triste porque veo como un mundo que amo en profundidad se desmorona por culpa de los caprichitos y las ansias de protagonismo de multitud de personas que no muestran ningún respeto por la historia y la tradición de las cofradías de Sevilla.
Estoy triste porque las juntas de gobierno de las entidades más importantes de Sevilla se desmoronan cuando unas instituciones y medios "progres" que nada saben de esto aparecen hablando de lo que desconocen.
Se está perdiendo todo.
Y cada vez son menos las personas que dignifican lo que ha sido siempre ser COSTALERO DE SEVILLA.
Un Saludo
P.D: Lo de Vizcaya casi se queda en nada tras lo acontecido en Montesión.
Un 10, Esteban.
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