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Rogelio Fernández; la fragancia de María



Las tendencias de uno de nuestros mejores artesanos del pistilo




En Almería el arte de exornar las andas y altares de nuestros titulares anda dividido en dos. No con ello queremos indicar que se reduzca este efímero arte a dos "artesanos del pistilo" ni mucho menos. Podemos sentirnos orgullosos de la cantidad y calidad de personas que se dedican con acierto a esta labor en nuestra ciudad. Pero resulta innegable el hecho de que dos corrientes bien diferenciadas marcan la senda. Una de ellas, con Paco Valdivia al frente, apuesta por la renovación estética a partir de formas antiguas. El ejemplo de los bouquets cónicos y bicónios de la Soledad son buena muestra de ello. Por contra, nuestro protagonista, es el artífice del clasicismo elegante y sereno.

De la mano de Rogelio Fernández vamos a trazar las horas mágicas que pasa a solas con la Virgen de la Merced. Nadie recuerda otras manos en sus jarras en los últimos 25 años. Nadie, por tanto, puede saber mejor que él qué flores le pegan a la Virgen, y cuáles, por supuesto, no. No en vano, él se ha inventado el exorno floral de ese paso de palio. Él lo ha soñado y lo ha dibujado recortando tallos y abriendo pétalos año tras año, Cuaresma tras cuaresma, septiembre tras septiembre.

Este reportaje pretende acercar ese momento reservado e íntimo, de soledades de iglesia y de creación. De cómo la noche de cada Martes Santo Rogelio repite el milagro de que la plata, el terciopelo y el oro huelan y, si no lo hacen, al menos lo parezca en esa agradable batalla que cada año se libra a las plantas de la Virgen de la Merced.

Todo comienza cuando llega la noche del Martes. Poco antes de que salga el Amor ya está en la Catedral y para los hermanos del Prendimiento alumbra el sueño del último año, el secreto celósamente guardado y la sorpresa siempre grata que supone el exorno floral de la Virgen de la Merced. Unos años blanco, otros rosa, otros con un rosa más achampanado, al siguiente blanco otra vez... Hoy con rosas, mañana con claveles... El difuso mundo de sus sueños empieza a tomar color.

Y forma. Algunas hermanas le ayudan en la laboriosa tarea de ir cortando los tallos. Lo hacen según sus indicaciones y, junto a ellas, cada año, un hermano con el exquisito placer de auxiliar a Rogelio acercándole las flores que éste le va indicando. Un trabajo en cadena.

Rogelio se afana en los bouquets de las jarras laterales al igual que en los violeteros. Cada año reinventa el palio mercedario. Hace pocos años recuperó el color achampanado, como decimos, de unos claveles rosas como los que a mediados de los 80 llevaba la Virgen. Desde entonces alterna cada Semana Santa. Y los hermanos y devotos siempre quedan encantados.

Esa es la grandiosa virtud de Rogelio; la de agradar. No trasngrede ningún gusto porque homogeiniza las diferentes opiniones en un único punto en el que todas convergen: que la imagen que la gente tiene de la Virgen no se vea dañada. Así Rogelio innova, explora, da rienda suelta a su creatividad sin dañar el resultado y fin último de su labor: exornar las andas en las que va la Virgen. Complementar y no destacar. ¿Y su éxito? Pasar inadvertido siendo imprescindible.

Todo queda listo a las pocas horas. En la Hermandad muchas cosas han cambiado; antes se empezaba más tarde. Ahora se termina cuando antes ni siquiera se había empezado. Hay que descansar para mañana. Un altar de plata como si del Corpus se tratase va a salir a las calles de Almería. El frío tacto de la orfebrería, la distante elegancia de los bordados, la respetuosa forma de la talla o la luz de la candelería no nos llegan. Los vemos, los tocamos, los notamos pero no los olemos. La obra de muchos artistas no se hace evidente en sus formas. La de Rogelio Fernández, en cambio, la olemos, la vemos, la sentimos, la tocamos. Es tan cercana que se hace nuestra y languidece, por efímera, como la tarde. El año que viene, habrá que volver a esculpirla.

Fotografia: fernando salas pineda

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